Hay pocos momentos en la vida de una persona que están llamados a determinar el resto de nuestros días. Uno de los míos sucedió en 1992. A la salida del colegio, unos amigos me dijeron para ir a Wilson para jugar algo que a mis 11 años y a mi nulo conocimiento del ingles entendí a duras penas como “tri faiter”.
No sabía de qué se trataba, no sabia que era Wilson, no sabia de las batidas, no sabia de eso que candorosamente llamaban y pasaría yo a llamar “el vicio”. Y definitivamente no sabía que era en lo que me estaba metiendo.
No se me ocurrió que lo que yo había visto al estar frente a ese televisor, lo que sentí al estar con el mando no era una experiencia sólo mía, sino que estaba entrando en una gigantesca comunidad de personas, que como yo, encontraron en cada Hadouken un canto de sirenas. No sabía que la creación de Capcom estaba marcando un hito y que un conjunto de artesanos digitales, apelando a todos sus esfuerzos y quedándose prácticamente sin un mango, habían partido las aguas en la ola creciente de la industria de los videojuegos y de la cultura pop.
No sabía que la hachimaki que Ryu usaba se la había regalado Ken, que Chun Li era la primera chica que aparecía un juego de peleas, que Guile buscaba venganza y que Dhalsim buscaba agua. No sabía que Zangief peleaba por orgullo, que Honda lo hacía por reconocimiento y que Blanka lo hacia por amigos. No sabía que la cicatriz de Sagat era un entripado sin resolver ni que Balrog se llamaba Bison, ni que Vega se llamaba Balrog, ni que Bison se llamaba Vega (Dios, que contubernio)
No esperaba que Ryu se vaya, ni que Ken se casara con Eliza, menos que Chun Li ganara el torneo (aunque lo deseaba fervientemente). No sabía que Guile recuperaría a su familia, ni que veríamos al hijo de Dhalsim, ni que Zangief conocería al presidente. No sabía que Honda no se rendiría ni que Blanka seria un Marco redivivo.
Ni en mis sueños más locos pense que veríamos caer a Bison en manos del “Gran Demonio” y su Shun Goku Satsu.
No tenia idea que este seria el primero de los incontables videojuegos que pasarían por mis manos a lo largo de mis 21 años de gamer empedernido, ni las horas que pasaría practicando cada golpe, cada combo, cada especial. No sabía que este juego tendría más versiones de las que puedo recordar y que luego vendría la saga Alpha -que ocurría antes de Street Fighter II pero después de Street Fighter I- y que Street Fighter IV pasaba antes que el Street Fighter III (que ganas de confundirnos).
No podía saber que mientras los años pasaban irían apareciendo clones y que esos clones evolucionarían hasta ser la gran generación de juegos de pelea de los 90’s, verdaderos rivales para el The World Warrior pero que a la vez seguían siendo, ya sea manteniendo su esquema o creando un opuesto, tributarios del molde original que es este, mi juego favorito.
No podíamos sospechar que las gráficas poligonales, que revolucionaron los juegos de video al inicio del milenio y que expandieron sus horizontes hasta límites insospechados, harían lo que ninguno pudo antes: noquear al campeón y sumirlo en un sueño de más de 10 años.
Nadie podía vaticinar que su regreso seria tan apoteósico, y que junto a él toda una nueva generación de nuevos y antiguos juegos de pelea dirían: Aquí estamos.
No sabía que esta afición me traería amigos entrañables y que ya sea en la secundaria, en la academia, en la universidad o en el trabajo encontraría más miembros de esta, mi tribu.
No podía saber lo ofendido que me sentiría y que me sigo sintiendo cuando algún desinformado pretende achacarle la culpa a los videojuegos de crear personas violentas, cuando este proceso es algo más complejo que una emulación, olvidando -o tratando de olvidar- que estos son productos humanos y en esa medida son reflejos del corazón del hombre y de lo que en él habita.
Nada de esas cosas sabía cuando presione Start en el mando del SuperNintendo, en esa galería de Wilson.
Feliz 25 aniversario y gracias por todo, Street Figther!!!
Escribe: Rogger Acosta Tirado